De pronto me di cuenta de que se me había olvidado el color de tus ojos, aquellos que a escondidas miraba, los que decía que me enternecían. Recuerdo una noche de verano en que hice casi un scanner d tus ojos mientras hablabas, fingía escucharte, pero estaba demasiado metida en tus pupilas.

Se me olvidó el tacto de tus manos frías, a las que nunca me agarre, aquellas a las que tantas veces le di mi mano, las que me rechazaron.

Tampoco recuerdo tu olor, me dedicaba a snifar a tus espaldas cada parte de tu cuerpo, me alimentaba de ello y jamás lo supiste. Que pasaba las tardes amarrada a tus palabras, acortando las horas que no sirvieron mas que para crear más desengaño.

Ahora me había dado cuenta de lo importante que fuiste para mi y lo poco que eres ahora. Que vivía de tus palabras, de cada segundo contigo, de tus movimientos, de tus actos, que me deshacía por dentro si me hacías daño y me escocia el corazón al pensar en ti, que me robaste las horas de sueño a mil kilómetros de distancia y que me robaste las horas del día porque no hacía nada más que pensar en ti, tu, tu y nada más.

Allí estaba yo, encadenada a ti que no diste ni un grano de arena por mi. Ya no sabía si moría en vida pero quizás quieras saber que me hiciste tanto daño.

Escribo estas líneas porque jamás supiste de aquella espina clavada, que no entendías nada y que ahora me alegro de no pensarte, de no sentirte, pero me sorprende no tener las horas muertas que antes perdíamos, ni las palabras que llenaban las horas. Nunca te pedí nada más, mas lo perdiste, ahora ya no queda nada. A veces me da por pensar en ti. ¿Cómo pudo pasar del todo a la nada? Las palabras ya no sirven, quizás algún día, nos volvamos a encontrar, ahora ya no te necesito y juré quererte eternamente.

Jamás os enamoréis del Sol.